Vengo de días en los que tengo ganas de escribir sobre muchas cosas, y siempre aparece un freno de mano. En general es “¿qué va a pensar mi abuela cuando lea esto?”. Personalmente me gusta expresarme con la verdad, incluso en la ficción cuando creo que estoy escribiendo algo imaginativo puedo ver, a veces al tiempo, de dónde vino o a qué hace referencia consciente o inconscientemente.

Cuánto tiempo va a pasar hasta que haga referencia a mi papá, al que veo contadas veces al año y quien estuvo presente en mi cabeza los últimos días porque leí su novela favorita. Sin duda esa novela, Expiación de Ian McEwan , tiene que ver con esto que me está pasando ahora. Al igual que con el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco es lo que veo como exposición de lo ficcional en las propias ficciones -novela y obras de teatro en este caso-  lo que me inquieta, me atrae y me sorprende una y otra vez. Frente a la mezcla de la ficción y la realidad, de la mentira y de la verdad, me encuentro como descubriendo algo nuevo, otra vez: el poder del relato y del relator. El poder casi divino de tomar las decisiones por los personajes, de ser culpable de sus penas, responsable de sus alegrías, de sus destinos…

Cuánto tiempo va a pasar hasta hablar de infidelidades, mías y ajenas, y cuál es el límite al que voy a llegar. La verdad no tiene límites para mí. La verdad es por sí misma, aunque sólo lo sea de esa forma para mí.

El amor libre, los desamores, el sexo casi con fines masturbatorios, las obsesiones, los enojos, los caprichos, las mentiras, los desequilibrios. Que estuve con mujeres, con hombres, que no me defino como heterosexual ni como homosexual, ni bisexual. Que simplemente no lo sé ni necesito saberlo a nivel categórico. 

El asalto a mano armada que sufrimos en 2011 al raíz del cual tengo un dormir ligero, sobre todo cuando estoy en esa casa, estando atento a todos los ruidos que escucho. Abrir la ducha y llorar, bailar frente al espejo, amar y odiar a una persona al mismo tiempo.

Mi problema con las drogas, en el que lejos de ser un drogadicto me convierto, en secreto y bajo mucha reserva, en casi un agente de la DEA. Los descubrimientos detrás de mi miedo insólito y casi infundado a las drogas, desde la marihuana hasta cualquiera de las demás.

Mi doble moral. Hermoso tema para explorar. Por qué veo de esa forma la marihuana y pasé tanto tiempo sin poder controlar la cantidad de alcohol que tomaba cada vez que salía, cuando el límite lo ponía el fin de la fiesta, o el realmente no poder seguir. Qué débil me sentí ese día que me desperté en el departamento de Av. Pueyrredón sin saber cómo había vuelto a casa y a duras penas poder reconstruir la noche.

Cuánto tiempo va a pasar hasta hablar de las enfermedades de transmisión sexual. De la vez que tuve sexo sin protección y me dio tanto miedo que solo le conté a dos personas. Fui al Rawson, hospital público de infecto contagiosas en Córdoba, y me hice un kit preventivo contra ETS. Inyecciones, retos, discursos, poca información sobre cuidado y una bolsa con más de 100 pastillas. Unas las tenía que tomar a la mañana, otras a la noche y algunas en dos horarios del día, por un mes. Me iba a poner amarillo como si tuviera hepatitis, pero era lo normal. La charla posterior con mi mamá, médica, declarándole la situación. No poder tomar alcohol por un mes e ingeniármelas para ocultárselo a mis hermanos, a mis amigos. La pregunta diaria de mi mamá sobre cómo me sentía ese día hasta que le pedí que no me lo preguntara más, que yo le iba a avisar si notaba algo distinto. 

Cómo hablar de todos estos temas sin tener que dar explicaciones, a cercanos y no tanto, sobre cada cosa. Simplemente así. Tal vez hoy es el comienzo de una nueva libertad en mi escritura, en la que no voy a dar explicaciones ni voy a cuidar o escudar a nadie. Me gusta la verdad, mi verdad, me gusta cuando las intervenciones de un otro hacen que cambie, pero esta mutación es hacia una nueva verdad, igualmente mía como la anterior. 

Va una única aclaración: no tengo pensado suicidarme, estoy bien, no necesito hablar de ninguno de todos estos temas ni los escribo con ningún fin de cercanía o pedido de ayuda. 

Ayer leí de un discurso de Harold Pinter que para él, y lo tomo para mí, los escritos son públicos pero escribir es un acto absolutamente privado. Tal vez lo que más me gusta de escribir es que siempre creo que voy a escribir sobre algo, empiezo y descubro durante la marcha. Veo la influencia de los libros que leo, de las obras de teatro que veo, de las películas, de mis relaciones, de mi familia, de lo que me interpela.

Escribo de actos y de hechos que tuvieron un impacto en mí, que probablemente pasaron desapercibidos para otras personas, y sin los fines de encontrar culpables, de victimizarme, de hacer un registro de lamentos, etc. De hecho lo relaciono más con los impulsos que con los fines. Esta no es una actividad que busque ser productiva.

Tal vez la rigidez que sostengo en algunos espacios de mi vida, el orden, la severidad se contraponen con estos espacios de libertad y descontrol, donde el poder está en lo que sucede. Otra contradicción a explorar.

No sé si hay una vida o si hay muchas, pero sé que en esta descubrí que me gusta escribir. Me gusta hacerlo así, sin formación teórica, sin saber cómo va a resultar, con convicción y con honestidad. Muchas veces sin revisar lo que escribí, siquiera una vez para ver errores ortográficos o de tipeo.

Estas son sólo algunas de las cosas que dieron vuelta en mi cabeza estos días. Quién sabe que pasará la próxima vez que me siente a escribir. Espero dar un paso más.