¿El tiempo es un aliado o un enemigo? O tal vez es sólo tiempo, y ya, y sólo a mí se me presenta esta forma de verlo.
Es que estoy tomando consciencia de la cantidad de cuentas que llevo en referencia al tiempo. Cuánto pasó, cuánto duró, hace cuánto, cuánto falta, hasta cuándo, desde qué momento, etc.
En este remolino de cuentas me encuentro perdido y sin encontrar una acción que me permita hacer algo con la respuesta a la pregunta. Quedo en la respuesta y se genera un vacío hasta la siguiente pregunta. Pregunta, respuesta, pregunta, respuesta, sin acción.
Hay acontecimientos que suceden y generan un cambio tal que no importa más el tiempo. Pase más o menos tiempo, lleve más o menos tiempo, dure más o menos tiempo, el hecho es el mismo y la única forma de verlo es subjetivamente. ¿Qué me pasa a mí con eso? Y ahí que veo que el tiempo actúa en mí como un condicionamiento tremendo. Es la medida de si cumplí o no con mis expectativas, es la herramienta que encuentro para aumentar mi exigencia, lo uso para compararme con los demás, para definir estándares, aparece lo normal a medida que desaparece lo particular. Definitivamente el problema es mío y no del tiempo.
Cómo escapar de esta cuantificación de la vida cotidiana para empezar a darle valor a la calidad. No importa cuánto tiempo me lleve lograr algo, sino importa estar haciendo lo que creo que es mejor para lograrlo. Sin engañarme. No creo que fijarse metas esté mal, claramente los objetivos tienen que ser medibles y para eso se necesita un plazo de tiempo. Cómo sería vivir sin objetivos y que eso no implique estar a la deriva, o no ir para donde verdaderamente deseo ir, al ritmo que quiero.
Bendito el tiempo sin tiempo.