En la ciudad de Buenos Aires funcionan simultáneamente tres circuitos teatrales: comercial, independiente y público u oficial. Quiero hablar sin tapujos sobre el rol del Estado en el teatro y poner en tela de juicio lo que está pasando actualmente, al menos en términos generales.
Abajo de todo, por sobre todo, o en la médula de todo -como siempre- está la economía. Menor inversión en cultura, más reposición, menor apuesta, menos opciones, menos compromiso, menor creatividad, menos ensayo, menos calidad.
¿Es cierto que debe haber recortes grandes de presupuesto lo que hace que los espacios dependientes de la Ciudad y de Nación tengan que hacer reposiciones en lugar de invertir en nuevas propuestas? Seguramente.
Más allá de la relación entre las políticas gubernamentales en general, de ver a la cultura como un gasto y no como una inversión y algo necesario para la sociedad, me pregunto si las personas que ocupan roles institucionales se replantean si son funcionales o no al detrimento del patrimonio cultural. Si son los gobiernos, a través de sus secretarías de cultura, los que definen la política cultural, son estas instituciones las encargadas de ejecutar e instrumentar las mismas a través de sus decisiones de contenido, creación de espacios para la formación o experimentación, etc.
Últimamente estoy perdiendo confianza en ciertas «instituciones» culturales y en determinados hacedores de teatro. No solo creo importante tener en cuenta al Teatro Nacional Argentino – Teatro Cervantes, al Complejo Teatral de la ciudad de Buenos Aires (Teatro San Martín, Teatro Sarmiento, Teatro Regio y Teatro de la Ribera), al Complejo Cultural 25 de Mayo (CABA), Centro Cultural Rojas (UBA) y otros establecimientos directamente dependientes del gobierno o de entidades públicas, sino también a todos aquellos -espacios, grupos y personas- que reciben subsidios, apoyos o cualquier tipo de sostén del Estado tales como Proteatro, Mecenazgo, Instituto Nacional del Teatro, becas Potenciarte, etc.
Creo que ha llegado el momento de que todos nos cuestionemos el rol que estamos ocupando en el desarrollo de la cultura nacional.
Por un lado desde el espacio que se le da una u otra propuesta en establecimientos públicos, el acceso a los espacios de formación, el desarrollo de investigación y experimentación en artes escénicas, etc, donde se evidencian relaciones directas e indirectas entre los que toman las decisiones y los que son elegidos. En el poder judicial, un juez no puede ejercer la abogacía y litigar pero en el teatro podemos dirigir un teatro público y tener nuestros propios grupos de formación en actuación, en dramaturgia, podemos dirigir obras, actuar, en el mismo teatro que dirigimos o en otros.
Por otro lado qué estamos contando, cómo lo estamos haciendo, qué lugar le damos al espectador en esta propuesta. ¿Estamos teniendo en cuenta al público o estamos utilizando la actividad teatral como método catártico-experimental en respuesta a nuestras propias circunstancias?. Es necesario indagar en lo que se está necesitando hoy, en cómo brindarle una respuesta desde la cultura a una sociedad que a mi juicio está oprimida, preocupada, fatigada, harta de escuchar sobre los problemas, cansada del bombardeo mediático, de la partidización de la vida cotidiana, etc.
Por último qué estamos eligiendo ver los que somos asiduos espectadores de teatro. Y aquí de nuevo la economía.
El circuito comercial tiene precios que duplican como mínimo los de los otros dos circuitos. Es el circuito que menos frecuento por haber visto muchos clavos, pagando y sin pagar, pero el que más intriga me provoca. ¿Cuáles son los factores que hacen que una obra sea exitosa en términos de público asistente? ¿Por qué la gente elije pagar el doble en lugar de ir a ver algo al teatro independiente? ¿Se elije ver a personas que están en la televisión o que tienen más visibilidad mediática? ¿Llegan por alguno de los efectos publicitarios de mayor impacto al que solo accede este circuito?. En general hay pocos autores nacionales en el comercial. Son obras extranjeras que ya fueron probadas en Nueva York, Londres, París, etc, que se adaptan, con una puesta en general ligera y lista para salir de gira en caso de que no funcione.
El teatro oficial es al que más voy por varios motivos. Es el más barato de los tres con días populares e incluso promociones 2×1. Se montan obras clásicas o no clásicas que por la infraestructura -de personas y técnica- que pide el texto dificultosamente se harían en otros teatros. Nos da acceso a Shakespeare, Ibsen, Beckett, Sófocles, Brecht y les da la posibilidad a contemporáneos de crear en otra escala. Es el circuito que más decepción me provoca. La reposición de obras que hubo en 2019 en comparación al año anterior es abismal. Puestas anacrónicas, personas gritando los textos, experimentaciones cuyo sentido no consigo encontrar, y el teatro más mortal que nos cuenta Peter Brook en El Espacio Vacío. En el último tiempo he visto tres cosas: puestas de clásicos realizados por personas de cierta trayectoria o reconocimiento, espacio para creadores, provenientes del teatro independiente, ya estabilizados -si eso existe- en el circuito, y una pequeña porción de apuestas en salas pequeñas a autores y directores relativamente nuevos o con poca trayectoria. El teatro oficial pareciera funcionar como un trampolín para los que vienen del independiente para llegar al teatro comercial, donde se van quedando a veces en exclusividad y a veces en intermitencia o simultaneidad con los demás circuitos.
Por último pienso que el teatro independiente debe ser considerado un espacio de resistencia en términos culturales. El teatro por el teatro mismo, por la actividad teatral, por el crecimiento cultural, por las diferentes funciones que ocupa y ha ocupado el teatro a lo largo de la historia. Creo que es el lugar de pertenencia directa de todos aquellos que estudiamos actuación, que pensamos en crear, en contar historias, en cómo hacerlo y para qué hacerlo. Leer, conocer, estudiar, cuestionar e indagar para luego pasar a la acción. Tenemos, a mi modo de ver, la responsabilidad histórica de cambiar el rumbo de las cosas porque si algo somos o deberíamos querer ser es independientes. Independientes de los políticos, de los empresarios, de las trabas, de los partidos políticos, de las crisis económicas, etc. Es un teatro que tiene que estar a disposición del pueblo, tiene que ser para el pueblo, pensado y creado para el espectador y que le brinde acceso cada vez a más espectadores.
Llegó el momento de saltar todas las convenciones no solo a nivel puesta en escena sino yendo más allá, llevando el teatro a la calle y la calle al teatro, rompiendo con los esquemas actuales de desidia y sometimiento. Estudio, creación, cuestionamiento, experimentación, aprendizaje con el mejor de los rigores, excelencia y respeto en el trabajo, en la acción, haciéndonos cargo de que tenemos el teatro que nos merecemos y que depende de las acciones que cada uno de nosotros tomemos merecernos algo más que la decadencia en la que estamos.
Hago esta convocatoria a pensar y accionar, para que modifiquemos nuestro compromiso, nuestros instrumentos, nuestro grupos de trabajo, nuestros espacios, nuestras creaciones, nuestras convocatorias para que en consecuencia se refleje toda la cadena.