La era de la comunicación. Se supone que los que pertenecemos a mi generación tenemos la responsabilidad de ser los mayores representantes de esta época, sin embargo noto un exceso de ¿comunicación? en el que en definitiva terminamos desconectados los unos de los otros.
La semana pasada me encontré diciendo “Un ‘jajajajajaja’ no se responde”. “Claro, si vos mandás algo y sólo te responden eso, no podés responder” repliqué cuando mi amiga no entendía a lo que iba. “Tal cual, si respondés a un ‘jajajajajaja’ seguís remando la conversación” agregó un amigo que estaba siendo parte de la discusión. Acto seguido vamos los tres a ver una obra de teatro, donde el personaje plantea un cálculo matemático para el tiempo correcto de respuesta a un mensaje para no parecer impulsivo. Según esta ecuación, para una respuesta en 2 minutos correspondía una contrarrespuesta en 25 minutos.
Hasta ese día no había tomado consciencia de la cantidad de reglas estúpidas que rigen la comunicación actual, de las cuales soy víctima y victimario.
La honestidad parece ser un valor que desterramos a la hora de relacionarnos con los otros. El inicio de una relación en este paradigma es muy parecido a cualquier ritual de apareamiento que se muestra en un documental de animales. En vez del aleteo o los sonidos característicos la importancia está en los mensajes, en ser el menos interesado en el otro, en no estar muy pendiente, no responder muy rápido, no demostrar querer ver a la otra persona, no poner títulos ni etiquetas, no hablar de relaciones pasadas, no hablar de expectativas de relación. Parece que ser sincero tampoco está bien visto, al menos no demasiado sincero. ¿Se puede ser sincero a medias?
En el otro extremo esta el sí compartido que no para, que crece, que sigue, coincidencia, match, nos conocimos ayer, almorzamos hoy, garchamos esta noche, mañana vamos al cine, y así con toda una seguidilla de coincidencias y desafíos que tampoco parece ser muy sana.
Siempre en el centro de todo, el teléfono. Ya sea por Whatsapp, por Instagram, Facebook, Tinder, etc. Si vio o no vio la historia, si likeó esa foto, si me dejo de seguir, si me bloqueó o si me empezó a seguir, o empezó a seguir a tal. Un mundo virtual que nos domina, que nos define y que marca relaciones de poder sin parar.
Existen los bichos raros, los que no se adaptan, los que no responden a estas reglas. Me gustan, pero no los comprendo. Me generan tanta admiración como ansiedad. Son de una bohemia estimulante, pero también de una inconstancia que decepciona.
¿Dónde está el valor de las relaciones actuales? ¿Qué vale más… un encuentro personal cada 15 días con una buena charla o 15 días seguidos de charla virtual? De “buen día”, “cómo estuviste hoy”, “qué almorzaste”. Una coincidencia constante virtual o una coincidencia esporádica real. ¿Tiene que haber un para qué en las relaciones? ¿O es acaso otra de las demandas de este nuevo mundo en el cual me siento un extranjero?