Uno crece y puede descubrir que es un imbécil. A mí, en parte, me pasó eso. Me di cuenta de que estaba siendo una persona que no encarnaba ni los intereses ni la ideología que me representaban. Era un caracol viviendo en una concha -cuak- no elegida. Esto es muy fácil de ver en los demás: “¡Uy, mirá lo boludo que resultó el hijo de Bety!”
Al estar cerca de los 30, ya no puedo echarle la culpa al entorno, ni a mi vieja, ni al lugar donde estudio, etc. Soy yo construyendo-me día a día.
Hay un chequeo que tiene que ver con la toma de decisiones, sus resultados, y con la observación de un corte, un momento dado, una foto del video que vendría a ser nuestra vida.
Si tomamos mi álbum hay cosas de lo más variadas: llorando en la ducha, hablándole a un bebé en su cuna, llorando en el auto, gritando un gol y abrazando a mi hermano, llorando en la escalera de un hospital, leyendo un libro en la cama, dormido en un avión, llorando frente al espejo y viendo mi cara arrugada, tomando sol en la pileta.
Las fotos son muchas: solo, acompañado, con todas las emociones posibles. Lo lindo es que las fotos cambian, el video sigue.
Al ser consciente de esto, puedo ver una secuencia de fotos y desear que siga por donde viene, pero mi rol en todo esto es mucho menos importante de lo que yo creo. Lo que sí puedo hacer, es pedirle al universo que me siga sorprendiendo como hasta ahora.