Miro su guitarra, y pienso que nunca escribí una canción. Que podríamos crear canciones. Él toca y yo le pongo onda para la letra, hago lo que pueda. Van a ser canciones muy literales porque no siento que se me den los recursos literarios ni los mensajes ocultos. Lo miro. Si me pidiera que saliéramos ya mismo para Mar del plata iría. Llegaríamos para el amanecer, o a la mañana, porque es de madrugada ahora. Ideal para comprar algo rico y tomar unos mates frente al mar. No me importan mis responsabilidades. Nunca estuve con un músico, o eso creo ahora. En este momento todo pensamiento me aparece como certeza. No hay duda, no hay gris. Nunca un músico. Siento su mano, enroscada a la mía, haciendo que nuestros brazos dibujen una curva muy poco anatómica. Poco humana quiero decir, poco naturalmente humana. Me fascina cuando mi cuerpo se entiende tan bien con otro cuerpo, tanto que comienza a funcionar un tercer organismo, que es independiente, ni él ni yo. Miro sus ojos chinos, y descubro una nueva cara, un nuevo él. Relajado, tranquilo, casi dormido. Mi respiración se entrecorta al hacerme consciente de que debería irme. Ahora o en un rato, pero más temprano que tarde. Y no quiero. Quiero prolongar esta noche. Quiero que llegue la mañana y seguir así, con nuestros cuerpos enredados en la cama, con nuestras respiraciones alineadas y con este tercer organismo funcionando. ¿Por qué hay que tener cordura? Vivir es hoy. No estaría mal ir a Mar del Plata, después de todo así surgen las anécdotas. ¿Y si sale bien? Mientras endulzo esa idea me interrumpe otra serie de preguntas. ¿Cuánto tiempo va a tardar en desmoronarse el castillito? ¿En cuánto tiempo va a empezar a molestarme su guitarra y la falta de silencio? ¿En cuánto tiempo voy a querer tener mi espacio en la cama, sin que toque todo el tiempo? ¿En cuánto tiempo nuestras respiraciones tomarán ritmos diferentes? ¿En cuánto tiempo sepultaremos al tercer organismo para ser indefectiblemente dos seres independientes? Y con todas estas preguntas, acomodo suavemente la garganta, y suelto un:
– ¿Y si nos vamos a la costa?